Dicen que el dinero no compra la felicidad, pero es mejor ll o rar sobre u n luj os o fe r ra ri. Y sí, esa fue mi me ta por mucho tiempo, encontrar a un hombre que me tuviera como una reina, viviendo entre lujos, que me llevara los regalos más caros, pasear con él en los lugares más finos y vestir todos los días como una celebridad.
Y lo logré, encontré a un hombre que no era muy apuesto, ni muy caballeroso, ni siquiera un poco interesante, pero tenía lo que yo buscaba: una cartera llena de dinero, cientos de negocios y casas en el extranjero. Con eso, podía darme la vida que siempre soñé. Solo había un inconveniente: su esposa. Una mujer casi de su edad, que lucía bastante vieja y no se arreglaba, además se veía apagada, cansada y miserable.
Pasaron días, semanas, meses y con mis encantos, mi juventud, el brillo que irradiaba al caminar, ese vestido en ta ll a do que resaltaba mis curvas y una mirada co u eta, logré at r a er su atención. Poco a poco, me fue haciendo regalos ca ro s, salimos a e sc on did as muchísimas veces y finalmente lo convencí de de jar a su esposa. Llegó con ella, la miró a los ojos y sin te m or alguno le dijo -“v e te, yo no necesito una mujer vieja en mi vida, merezco a una joven hermosa como ella”.
Me sentía en el paraíso, pues esas cr u el es palabras fueron el inicio de mi cuento de hadas, que en menos de lo que pensaba se convertiría en una pes ad ill a . Comenzaron las fiestas privadas, fines de semana en hoteles exclusivos de todo el mundo y viajes a lugares hermosos, llenos de magia. Me atendían los estilistas más exclusivos y comía en los restaurantes que siempre soñé. Pero todo tiene un precio, y el que tuve que pagar por todo esto fue mi cuerpo y también mi libertad, pues estaba sujeta a los caprichos de mi e ig e nte esposo.
Pasaron años, y aunque seguía rodeada de riqueza, me sentía completamente so la. Probar la comida de esos restaurantes que tanto me gustaban al principio me provocaba as c o, pero lo que me re vol v ía más el estómago era verlo sentado frente a mi y pensar que como cada noche, tendría so b re mí ese cu er po sin gracia, que no hacía otra cosa que ex i gi r y to c ar m e, yo… yo no po día s en tir nad a… simplemente cerraba los ojos y d es e ab a que todo t erm na ra. Pero el tiempo no pas a en vano, y ya no quedaba mucho de esa sonrisa y el brillo de la juventud.
Mi cabello ya tenía algunas canas, y él comenzó a notarlo, no podía oc ult ar las arrugas que comenzaban a in va di r mi rostro. Me hu m ill aba y se bu rl ab a de mi nuevo aspecto, pero aunque lo intentaba, no podía o c ult ar el paso de los años sobre mi cuerpo. Un día, mi esposo llegó con otra, y sin pie da d alguna me dijo: “no nec esi to una mujer vieja en mi vida, merezco a una joven hermosa como ella”. Fue entonces cuando entendí que sólo era una mercancía, pues me con ve rtí en su propiedad al aceptar ser su y a por dinero.
Si tratas tu cuerpo como un objeto entonces tendrás fecha de caducidad y tarde o temprano d ej ar ás de serle útil a quien so lo te quiere por tu apariencia. Recuerda que aunque el dinero o la belleza se acaban, el amor verdadero dura para toda la vida.
"VOZ" Romina Valdez
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La triste vida de una interesada. Comparte ─ Badabun
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